Una noche oscura

Johann cerró la puerta de su casa sin hacer ruido, aunque en realidad no había razón para ser cuidadoso con los ruidos. Vivía solo y no tenía vecinos, pero aún así seguía intentando mantenerse en silencio por la noche.

Desde que su padre se fue para buscar a alguna vampiresa como él con la que rehacer su vida, Johann vivía en una completa y asfixiante soledad, sin más compañía que las personas de los cuadros y de sus dibujos. Era desesperante en ocasiones, pero Johann había aprendido a ignorar ese tipo de sensaciones.

Bajó el pequeño camino que daba a la ciudad y paseó por las calles bien iluminadas, llenas de personas con aspecto feliz que Johann apenas veía. Caminó con paso lento hasta llegar a una calle donde algunas farolas estaban rotas y que despertó su curiosidad. Parecía una buena imagen para un dibujo.

Johann le lanzó a la niña una mirada penetrante y fría, sin dulzura ni suavidad. Él no sabía ser así, y menos con los críos. Ellos sabía exactamente dónde tocar para hacer daño y Johann lo había sufrido en propias carnes. Intentó perfilar una pequeña sonrisa para destensar el momento, sabiendo que ella no tenía culpa de nada, pero se echó a llorar y Johann desistió de intentar ser amable.

Levantó la vista para mirar al ángel que intentaba consolarla y su expresión se enfrió un poco más, poniéndose nervioso. Tenía que ser bueno y agradable, claro.

-Cállate. Tú deberías aprender a orientarte, no sé qué es peor.-Dijo en voz baja, cuando estuvo lejos de él.

Su expresión cambió a una algo irritada y se apoyó en la pared junto a Alexander, con los brazos cruzados y los ojos fijos en la pared frente a él.

-No sé cómo lo soportas.-Dijo con un bufido.

Johann asintió con la cabeza y su expresión irritada se acentuó ligeramente. Le costaba aguantar las cosas infantiles que hacían los niños; a veces pensaba que le faltaba paciencia, y probablemente fuese así, pero viviendo sólo no le precisaba cambiar.

Miró al ángel de reojo y apretó sus brazos cruzados.

-¿Y puedo saber dónde estabas cuando yo era pequeño, dónde estaban todos los ángeles?-Preguntó con una expresión mortalmente seria.

Él también había sufrido en su infancia, pero ningún ángel apareció para apoyarle o guiarle por el buen camino. Johann también había estado solo y tal vez por eso se hubiese vuelto tan huraño.

-Cuando te vayas esa niña tendrá que aprender a desenvolverse ella sola, y eso será lo que la haga madurar. Mientras sigas a su lado no lo hará, porque sabrá que te tendrá junto a ella para protegerla de todo.-Dijo mirando al suelo. La envidiaba mucho más de lo que Johann estaba dispuesto a admitir.

Johann se separó de la pared para empezar a pasear arriba y abajo por la calle, pero manteniéndose cerca de Alexander para poder escucharle mientras hablaba.

-Pues a mí no me ha parecido una niña demasiado adorable ¿sabes? Me ha sacado la lengua, y ese no es un gesto educado.-Dijo en un refunfuño.

Volvió a pasear por la calle pasando continuamente por delante de Alexander pero sin mirarle, tal vez por miedo a quedarse embobado con su perfecta apariencia de ángel. Soltó un sonido parecido al de una risa sarcástica y por fin alzó la vista hacia él.

-Si hubieses sido mi ángel protector...te aseguro que te habrías largado también. Me habrías dejado porque...bueno, porque todos lo hacen.-Dijo alzando los brazos y dejándolos caer a ambos lados de su cuerpo justo después, como si dijese algo normal y lógico, pero sintió su corazón darle un incómodo vuelco.

Johann le miró con fingido aburrimiento y se cruzó de brazos nuevamente, deteniendo su pasos justo frente a Alexander para clavarle la mirada. En cuanto le oyó hablar sobre aquella chica, había perdido todo el miedo a quedarse deslumbrado por su belleza.

-Esa jovencita de buen corazón de la que hablas me hizo en un momento un daño mayor que el que podría hacerme cualquier otra persona en toda su vida, así que permíteme que dude de tu buen criterio para seleccionar a tus inocentes protegidos.-Dijo con ácida ironía.-Lo siento por la muerte de su padre, pero para mí ella desapareció en el aire hace mucho tiempo. Mi madre también murió, y no por eso la gente viene a darme una palmadita en la espalda cuando hago algo mal, ni es lo que busco.-Explicó, sintiendo como su cuerpo se enfriaba a medida que los recuerdos volvían a su mente.

Johann bufó por lo bajo y negó con la cabeza, sin poder creerse que aún le afectase algo así. Se sentía estúpido.

-No necesito un ángel protector a estas alturas.-Dijo dándole la espalda, sin saber que en realidad mentía. Hacía mucho que su alma suplicaba por tener a alguien cerca, no importaba quien, pero su orgullo le impedía reconocer el dolor provocado por la soledad.

Johann bajó la cabeza y se miró los zapatos negros impecables. Le gustaba mantener su buen aspecto aunque fuese a dar un simple paseo.

-Jamás podremos saber como sería si hubieses estado a mi lado, pero probablemente sería peor. Eres un poco irritante, si me lo permites.-Dijo mirándole mientras alzaba una ceja.-Pero ahora ya soy adulto, no creo que necesite algo como un protector. Es decir, ¿para qué?-Preguntó encogiéndose de hombros.

Por alguna razón no le apetecía decir cosas como que no necesitaba un ángel protector. Parecía emocionante tener siempre a alguien al lado, sobre todo por las noches, cuando la oscuridad caía sobre él y sus recuerdos le asaltaban con ganas de hacerle daño.

-Pero bueno, puedes quedarte por aquí cerca si te apetece. Parece que cuando esa niña se haga un poco más mayor no tendrás a nadie a quien proteger, así que...no me importaría aguantarte mientras no tenga nada que hacer.-Dijo asintiendo con la cabeza, como si tener a Alexander al lado le resultase un gran sacrificio, pero no lo era.-Claro que puedes hacer lo que te plazca, como ya te he dicho estoy muy bien solo.

Se echó hacia atrás para apartarse de la mariposa, pero se posó sobre su nariz un instante. Johann sacudió la cabeza y miró a Alexander algo extrañado.

-Yo no lloro.-Dijo simplemente.

Johann frunció el ceño y se pegó a la pared fría, impresionado. No podía entender por qué Alexander conocía cosas tan íntimas suyas, como que siempre había pedido respuesta al cielo cuando intentaba averiguar por qué su madre no estaba a su lado.

-¿Podría ver...a mí madre?-Preguntó con los ojos muy abiertos e inundados de pena.

Le dolía el corazón sólo de oír hablar de ella y saber que había muerto por su culpa. Cada día se arrepentía de haberle arrancado la vida a una persona tan maravillosa según las descripciones de su padre para dar a luz a alguien como él, huraño y antisocial.

Johann se pegó aún más a la pared, como si pretendiese fundirse con ella y desaparecer para siempre. Cerró los ojos con fuerza para no ver lo que seguía y casi dejó de respirar.

Jamás había podido ver a su madre con sus propios ojos, sólo en fotos no demasiado claras, y aunque tenía unas ganas desesperadas de ver su rostro, no se atrevía. Tenía miedo de tenerla frente a él y luego no ser capaz de decirle adiós de nuevo.

El corazón se le aceleró hasta límites insospechados pero creyó que se le había parado cuando escuchó su voz por primera vez. Abrió los ojos de golpe para ver a aquella preciosa mujer acercarse a él. Le parecía tan dulce y familiar, pero a la vez desconocida que no supo cómo sentirse. A pesar de no haberla visto nunca, Johann tuvo claro desde el principio quién era.

-Mamá...-Pronunció en voz baja, mirándola fijamente.-Fue por mi culpa que tú ya...no estés aquí, lo siento mucho, mamá.-Añadió en un susurro, notando como sus ojos se humedecían rápidamente.-Te echo tanto de menos...-Acabó, sintiendo que ya no podía retener más la lágrimas.

Se acercó a la mujer y apoyó la frente en su hombro cálido, llorando en silencio, sólo el leve movimiento de sus hombros revelaba su dolor.

Johann quiso apartarse para mirarla de nuevo, pero se sentía tan cómodo apoyado en su hombro que prefirió escucharla en esa postura y así fingir que no estaba llorando. Tragó saliva duramente y asintió con la cabeza, agradeciéndole en silencio todo lo que había hecho por él.

-Gracias, mamá. Te quiero, y ojalá nunca tuvieses que irte, pero...sé que no es posible.-Dijo con la voz entrecortada. Sollozó sin hacer mucho ruido y alzó la cabeza para mirarla por última vez antes de que tuviese que irse.-Te prometo que haré que estés orgullosa de mí.-Aseguró en un susurro, para que sólo ella le escuchase.

Cerró los ojos para recibir el suave beso de su madre, el primero y el último, y supo que cuando volviese a abrirlos ya no estaría allí, por lo que los mantuvo cerrados unos largos segundos, tratando de retener allí a la mujer. Sollozó de nuevo y abrió los ojos dorados para vislumbrar únicamente la pared frente a él.

Dejó escapar un par de lágrimas que no sabía muy bien si eran de pena o de alegría y se quedó muy quieto en su sitio. Todo parecía tan irreal que temía despertarse de un momento a otro, en la oscuridad de su habitación.

Johann bajó la cabeza para ocultar sus lágrimas aunque sabía que era inútil. Alexander ya sabía que su corazón estaba malherido y que aquella aparición de su madre había sido la gota que colmó el vaso.

Se giró sin oponer resistencia alguna y se dejó abrazar tan manso como un gatito. Ni rastro quedaba de su habitual carácter huraño y frío, no después del episodio que acababa de vivir.

Enterró su rostro en la camisa de Alexander y ahogó allí los sollozos que tanto tiempo había mantenido guardados, acumulándose en su pecho con cada nueva desilusión y perforándole por dentro todas las noches que pasaba en la soledad de una casa vacía. Se agarró a las ropas del ángel y lloró de rabia, de tristeza y de profunda añoranza, hasta que sus ojos se quedaron sin lágrimas y Johann no pudo hacer otra cosa que calmarse, temblando como un niño pequeño.

Johann se agarró al cuello de Alexander para no caerse mientras se alejaban de aquella oscura calle y sólo recuperó la cama cuando volvieron a estar en tierra firme, cerca del río.

Se dejó acariciar sin decir nada, demasiado impactado para discutir o pelear.

-No es necesario que...te sacrifiques por alguien como yo. De todas formas ya no estoy solo, mi madre estará conmigo siempre.-Dijo en voz muy baja, con pocas fuerzas.

Alzó la vista hacia el ángel y pareció que era la primera vez que le veía.

-Sí, estoy mejor, gracias.

Johann se levantó de la roca apoyándose en los hombros de Alexander para mantener el equilibrio y miró el cielo oscuro con mucha atención, intentando localizar aquella estrella, la más brillante de todas. Desde esa noche, Johann estaba convencido de que nunca volvería a sentirse sólo.

-Esa decisión debes tomarla tú, no yo. No voy a obligarte ni a quedarte ni a irte, simplemente haz lo que te parezca mejor.-Dijo recuperando la expresión calma y por tanto, la seriedad.

Simplemente no quería decirle ni que sí ni que no. No quería decirle que se fuera, porque eso significaría que nunca podrían volver a hablar de lo que pasó años atrás, pero tampoco quería admitir que quería tener a alguien cerca, que necesitaba hablar con alguien.

Johann asintió con la cabeza sin mirarle, algo más aliviado al saber que Alexander no se iría de su lado. Por lo menos podrían hablar un rato más.

-Está bien, haz lo que te plazca.-Dijo cruzándose de brazos, fingiendo que se sentía molesto. Le miró de reojo y bufó, cumpliendo mejor con su papel.

Aunque estaba atento a los movimientos del ángel, Johann no pudo predecir que sus manos se dirigirían a su cuello para hacerle cosquillas. Tenía ganas de soltar una gran carcajada y removerse entre risas, pero apretó los labios, dejando escapar una muy pequeña sonrisa.

Se apartó rápidamente, sintiéndose ofendido.

-Nunca me has visto sonreír. Desde pequeño he sido muy serio.-Comentó, mirándole con más atención que antes.